Los sauces perdían su calor,
El rostro en el estanque era bello, pero no era el mío,
Tenía un aire importante, como todo el resto,
Y no veía más que peligros: palomas, palabras,
Estrellas y lluvias de oro
— ¡concepciones, inseminaciones! —
Recuerdo un ala blanca y fría.
Y el gran cisne, con su mirada terrible,
viniendo a mí, como un castillo, de río crecido.
Hay una serpiente en los cisnes.
Ella resbaló cerca de mí; su ojo contenía un mensaje sombrío,
Vi el mundo en ella
—pequeño, mezquino y sombrío.
Cada pequeña palabra enganchada a otra, los actos a los actos.
Algo había brotado de ese día cálido y azul.
No estaba lista.
Las nubes blancas se precipitaron.
A los cuatro sentidos.
Ellas me descuartizaron.
No estaba lista.
Carecía de respeto.
Creía poder negar las consecuencias.
Pero ya era demasiado tarde.
Era demasiado tarde, y el rostro se tornó más nítido, amoroso, como si yo estuviera lista.
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